septiembre 20, 2010

La Boda

Por fin el dia llegó. En la mañana trabajé medio día, pues mi jefe no me había autorizado mi intercambio de día de asueto el 17 por el 16, lo haría cualquier negociador, razón de negativa: las políticas y la equidad. Viajamos en la camioneta de Ceci, Roberto manejo. Estaba nublado resultado de la entrada de un posible huracán en una zona lejos de ahí. Nos pusimos al día de lo que había acontecido toda la semana y de lo que hubieramos omitido en alguna ocasión. El tiempo pasó rápido y a 140 km por hora, quién lo siente.

Llegamos al hotel: tres habitaciones para seis amigos de los cuales habíamos llegado solo cuatro, los otros prometían llegar para la misa, lo cual todos dudamos conociendo a Edgar.
Acto seguido Roberto nos llevó a ese lugar donde nos damos el lujo de consentirnos, donde nos pemitimos escoger los peinados que solamente solemos usar en esas ocasiones especiales. No teníamos ni la más remota idea en que pudieramos convertir nuestra cabellera, tenía que ser algo que combinará con: el estilo del vestido, nuestro rostro, gusto, y que estuviera a la moda. Dificl hazaña.

Mi peinado no me convenció mucho, no comuniqué bien la idea, y el resultado fue mediano, aunque después de olvida. Ceci se sentía rara con un peinado todo recogido con una trenza, pero probablemente ambas no estamos acostumbradas a vernos diferentes. Anneris se quedó para terminar con el peinado. El cual no dudabamos le iba a quedar bien. Teníamos que avanzar, el tiempo como siempre de imprudente, pasando y nosotras no lo teníamos claro.

Regresamos al hotel Ceci en su habitación yo en otra, nos bañamos cambiamos. La misa era als 730, 30 minutos nos separaba del hotel al lugar. Eran las 700 Anneris no llegaba y nosotras no estabamos listas. Llegó Anneris yo aún estaba maquillandome, Anneris solo llego por el vestido y por los accesorios. 720 bajamos. El peinado ni con el vestido ya puesto me convenció, pero en la fiesta o misa lo olvidaría. Faltaba Roberto, del que menos creímos preocuparnos. Le tocamos y estaba en vuelto en una toalla lo que implicaba que tardaría más tiempo, dos minutos dijo, lo cual dudamos del todo, ese era tiempo de su reloj personal, pero tiempo solo hay uno y no estaba a nuestro favor. Salimos corriendo, sin saber muy bien a donde nos dirigiamos. Por deducciones y por señas que nos dio Marcela una amiga que localizamos por teléfono llegamos a Nadadores.
Vimos la única iglesia en el pueblo, nos estacionamos y bajamos. Entramos corriendo, todo mundo estaba sentado. La iglesia era pequeña, con un pasillo largo, la luz daba una atmosferá cálida. Las flores blancas estaban en los lugares adecuados. Ceci y Roberto fueron más prudentes, se quedaron más atrás. Anneris y yo nos sentamos en la banca más cerca de la novia según nuestra entrada tardía. Yo estuve toda la misa enfrente de un ventilador de alta potencia, de por lo menos casi un metro de diametro, imaginé que en cualquier momento mi cabeza despegaría; mi peinado aguanto, mis ojos no, empezó la alergía, pero andaba cansada y no me quise mover, además el aire no era del todo desagradable. El lugar en donde estaba me permitió observar una cosas chistosa, porque el que busca encuentra: una señora llenita vestida de rojo, movió toda una banca, porque no cabía entre la pared y esta, logrando la atención y reprobación de todos los que estaban ahí sentados; siendo que el esposo minutos antes había pasado sin moverla. Seguí todo el proceso no pude evitarlo, haciendo apuestas de que iba hacer ella, yo sabía que no podría pasar: las matemáticas, lógica y física lo podrían haber asegurado, pero me impresionó su determinación, por eso se lo aplaudí y todo por seguir al esposo. Total estabamos ahí para lo mismo, para ver el compromiso.

Brenda se veía hermosa y feliz. Él se veía contento. Era cómico ver como Omar se agachaba para poder decir las palabras de compromiso ante Dios, pues el padre era muy chaparrito. Sin embargo eso no demeritó esas palabras, que aunque no soy muy devota de ese sacramento, me gusta escuchar: en lo próspero y lo adverso. Todos los días de mi vida.

septiembre 15, 2010

Uno solo debe pedir

Hace poco iba caminando, no recuerdo hacia a dónde, pero me tope con tres pajaritos regordetes en el camino, pequeñas criaturas cafecitas con negro; nerviosas en cuanto pasé a su lado emprendieron su viaje. Me gusta observarlos, cada que los veo volar o que dan sus pequeños brincos cuando están en el suelo. Y recordé, porque nuestra cerebro tiene esa capacidad, de asosiación, recordé cuando en la universidad hice lo mismo, estaba caminando y vi una de esas criaturas que acabo de mencionar y dije:
---Tengo tantas ganas de agarrar a uno.
Mi vida prosiguió ese día. Tome los camiones de costumbre: el ruta uno y luego un cincuenta y cinco, una hora de trayecto para llegar a mi casa. Esa misma tarde, sucedió : un pájarito entró a la casa. Olvidé por donde, quizá fue por la puerta, la cual era común estuviera abierta o por la ventana. Yo estaba extrañada porque había recordado mi deseo, cómo era eso posible. Después de la extrañeza pasé a la alegría, el pobre estaba pérdido, no creo que estuviera conciente de porque estaba ahí, pero yo tenía la certeza que era porque había sido escuchada. Mi lógica indicaba que estaba lastimado porque se dejo agarrar. Tomé al pajarito en mi manos, la suavidad que sentí, la satisfacción de hacerlo y la confianza de que ese deseo algo extraño, se me había concedido, no pude evitar sonreír como tonta. Salí, abrí mi mano porque a mi parecer no tenía nada, y emprendió su vuelo sin dudarlo.

Ese ha sido uno de los más hermosos regalos que he tenido de él o de ellos, pero no el único.