agosto 14, 2009

The Man from Snowy River


No me acordaba de esta película. Es una de mis favoritas y poca gente sabe de su existencia. La inmensidad de la montaña se expone. No hay distancia alguna entre el cielo y la tierra. El hombre pierde credibilidad, hay algo más grande que él. La naturaleza es amiga, es la única que comprende y es comprendida. El animal tiene la importancia que nunca se le ha reconocido, tiene su territorio y tiene sus reglas.

El sonido de los cascos, suenan a destiempo contra tierra firme, constante. Los hombres quieren la recompensa. Los caballos fuertes, musculosos, huyen ante el grupo amenazador. No saben porque corren pero es su naturaleza, y les gusta, es lo que mejor saben hacer. La manada utiliza la montaña a favor, escapan cuesta abajo, solo ellos saben como. El grupo de hombres se detienen y observan, pero no él. Sé escucha un caballo a galope, saltan y desaparecen. La bestia confía en él, no vacila. Él prácticamente está en forma paralela respecto al caballo, debe de haber contrapeso; se equilibra con su brazo en el aire; su cuerpo se ondula levemente, conforme le marca el ritmo el caballo, para amortiguar el golpe e impacto y seguir manteniendo su postura. La brida firme, hacia atrás, da la señal precisa: confianza, tranquilidad y dirección, solo hacia adelante. La bestia se deja llevar, pudiera no hacerlo pero ya lo aceptó hace tiempo. Un movimiento en falso y puede ser el fin para ambos, pero no lo es.

Quiero verla de nuevo.

agosto 06, 2009

¿Cómo explicarlo?

No recuerdo como empezó a gustarme, sé que en algo influyó mi amiga del alma Mónica y otra compañera que no recuerdo su nombre; pero tengo presente que en la preparatoria hablamos con la encargada de asuntos estudiantiles y pedimos que lo introdujeran como clase y el flamenco empezó a estar en mi vida. Fue un amor algo extraño, tal vez fue la música, la guitarra, el cante jondo, las palmas, la mezcla de todo; o la admiración a la figura estilizada por la que se conoce a la flamenca: esbelta, con vestido entallado, cabello recogido, en chongo con un clavel de color rojo sincero; arracadas grandes y probablemente un lunar a lado de la boca, al estilo Sarita Montiel.

¿Cómo explicarlo? El escuchar la guitarra interpretando la música de una solea, de una alegría, de una farruca, sevillana, es escuchar al hombre en todos sus sentidos; la piel se te pone chinita con cada acorde, porque el corazón comprende la intención. Luego se escucha la voz, el cante jondo, fuerte; las más de las veces son lamentos sucesivos, desgarradores, pero no por eso siempre sufrido, porque a veces el dolor provoca gozo. Uno a veces no comprende, pero el corazón obliga, el cuerpo responde y la razón calla. La cabeza siempre erguida, todos mis maestros lo decían, para que le siga el cuerpo. Es impresionante la seguridad que te da esta postura. El cuerpo se muestra tal como es, sin recato. Cada parte del cuerpo cobra conciencia de sí misma, saben que pueden expresarse y lo hacen. Los ojos, ya no son ojos son: un coqueteo descarado, una petulancia que no tiene explicación; orgullo, por haber nacido en tierra prohibida; un reto a la vida, porque aún y cuando fuimos pisoteados nos levantamos; un deseo de estar con el ser amado y no poder estarlo; coraje de que se fue con ella sin decir adiós; sufrimiento porque la tierra ya no es de uno si no de ellos; y son esperanza, de un mensaje de amor que trae la paloma.

Si las manos hablaran, el lenguaje sería el floreo, a través de este, la muñeca cobra vida, sabe que puede hacer giros o simular uno, los dedos uno a uno pueden jugar a tocar la palma, para cerrar y luego abrir y mostrarse al mundo, y cada uno conoce su lugar y su función: meñique, anular, medio, índice y el gordo no sabe que hacer pero acompaña. Los brazos, a diferencia de la elegancia y perfección del ballet, se expresan por sí mismos, imprudentes, con soltura, arriba, abajo, palma se juntan separan. Se avientan, se recogen, se enrollan, se enaltecen.

Los pies, ¡Oh! ¡Los pies! No lo puedo comparar con el folclore, porque también hacen cosas bellas, pero no saben gritar; el tap, por así decirlo, es la clase alta, es estilo, es acariciar el piso de manera diferente, a través del cual se genera un sonido hermoso y uniforme; pero en el flamenco, los pies no saben de clase, ni de delicadezas, pueden acercarse, pero por gusto huyen. Aman la libertad, es el pueblo que se expresa, ellos hablan, hablan, hablan, gritan, gritan , gritan, de pronto silencio, pero no lo soportan por mucho tiempo y empiezan a susurrar, susurran, hablan, hablan y de pronto sin saber como ya están gritando, y luego silencio, y luego empiezan de nuevo su letanía sin detenerse hasta que ellos se les venga en gana.

El sudor corre, la respiración se agita, y el corazón palpita, palpita, palpita y todo mi ser descansa.