No cabe duda que los días de lluvia pueden tener dos caras. En Mexicali rara vez llovía, a comparación de Monterrey, así que no estaba familiarizada con los ríos que se forman en diferentes puntos de la ciudad con una corriente y nivel que ya les gustaría a algunos. ¿Paraguas? Lo conocía por las películas, y porque en la primaria me hizo dudar varias veces si llevaba o no diéresis.
La lluvia me pone nerviosa. Sobre todo por la manejada. Las calles son un caos. Tal pareciera que la gente se levanta y dice: “hoy es un buen día para chocar”. Las avenidas rápidas se atiborran de carros, uno tras otro, casi besándose, a un ritmo que parece agonía. No hay salida alguna. Recorres todas las estaciones de la radio una y otra vez, si es que no te lo robaron. Evocas tu situación actual, te haces preguntas existenciales, los recuerdas a ellos. Tu mente enlista pendientes: pasta de dientes, manzanas, cereal, llamar a mi familia, a mis amigos, conocer Paris, ir a la Playa. ¿Te cuestionas qué hacer con tu cabeza? ¿Si la recargas en tu brazo colocado en la puerta, o en el respaldo del asiento? Piensas, en que padre sería si: existieran los carros voladores o las vías rápidas de hasta tres niveles en México. Que diferente sería tu vida si vivieras en un lugar más tranquilo, donde las distancias largas fueran de 20 minutos, el caminar fuera seguro y la bicicleta fuera un medio de transporte con la infraestructura vial necesaria. Vuelves a tu realidad, para darte cuenta que avanzaste ¡Míseros diez metros! Pasa el tiempo como siempre lo hace. ¡Por fin fluye! Respiras. Ahora lidiar con la gente que avienta el armatoste sin miramientos. Las lagunas y charcos, aparecen por todos lados, en medio de calles o a las orillas. Tal pareciera que el objetivo de la mayoría es pasarlos a tal velocidad, que te asegures que un transeúnte entienda que fue el peor día de su vida, pero sobre todo ¿y porque no? mojar al maldito mercedes, al lobo, o al jeep.
¡Lo que quiero es llegar a donde sea! ¡La odio!
Me reconcilio con ella cuando: volteo hacia arriba y dejo que me toque; o cuando la escucho por largo tiempo y comprendo que es su naturaleza, los que estamos mal somos nosotros; pero sobre todo me reconcilio con ella, cuando me invita a estar en la casa con un chocolate en una enorme taza, acurrucada en el sillón que solo quepo yo ,y él si está; elijo cubrirme la piel miedosa con la frazada de colores desentonados que compré justo para esos momentos, y veo la película o leo el libro que me recuerda que el amor es algo bello y existe.
La lluvia me pone nerviosa. Sobre todo por la manejada. Las calles son un caos. Tal pareciera que la gente se levanta y dice: “hoy es un buen día para chocar”. Las avenidas rápidas se atiborran de carros, uno tras otro, casi besándose, a un ritmo que parece agonía. No hay salida alguna. Recorres todas las estaciones de la radio una y otra vez, si es que no te lo robaron. Evocas tu situación actual, te haces preguntas existenciales, los recuerdas a ellos. Tu mente enlista pendientes: pasta de dientes, manzanas, cereal, llamar a mi familia, a mis amigos, conocer Paris, ir a la Playa. ¿Te cuestionas qué hacer con tu cabeza? ¿Si la recargas en tu brazo colocado en la puerta, o en el respaldo del asiento? Piensas, en que padre sería si: existieran los carros voladores o las vías rápidas de hasta tres niveles en México. Que diferente sería tu vida si vivieras en un lugar más tranquilo, donde las distancias largas fueran de 20 minutos, el caminar fuera seguro y la bicicleta fuera un medio de transporte con la infraestructura vial necesaria. Vuelves a tu realidad, para darte cuenta que avanzaste ¡Míseros diez metros! Pasa el tiempo como siempre lo hace. ¡Por fin fluye! Respiras. Ahora lidiar con la gente que avienta el armatoste sin miramientos. Las lagunas y charcos, aparecen por todos lados, en medio de calles o a las orillas. Tal pareciera que el objetivo de la mayoría es pasarlos a tal velocidad, que te asegures que un transeúnte entienda que fue el peor día de su vida, pero sobre todo ¿y porque no? mojar al maldito mercedes, al lobo, o al jeep.
¡Lo que quiero es llegar a donde sea! ¡La odio!
Me reconcilio con ella cuando: volteo hacia arriba y dejo que me toque; o cuando la escucho por largo tiempo y comprendo que es su naturaleza, los que estamos mal somos nosotros; pero sobre todo me reconcilio con ella, cuando me invita a estar en la casa con un chocolate en una enorme taza, acurrucada en el sillón que solo quepo yo ,y él si está; elijo cubrirme la piel miedosa con la frazada de colores desentonados que compré justo para esos momentos, y veo la película o leo el libro que me recuerda que el amor es algo bello y existe.
Muy padre, me gustó el manejo de las imágenes. El juego con la lluvia.
ResponderBorrar¿Monterrey? Claro, yo estudié allá y me acuerdo, me acuerdo.
Lluvia = choque en Garza Sada (justo en la esquina entre el Tec y Vip´s)
Ahhh!! Me hiciste recordar y dicen que recordar es volver a vivir...
Saludos ;)
Querida: me ha encantado tu narrativa. La monchis me pasó tu blog. Saludos y felicidades.
ResponderBorrarGracias Alisma. Desgraciadamente te recordé un choque jajajaj pero bueno con eso viene un sin fin de cosas creo que buenas, y si coincido contigo, recordar es volver a vivir.
ResponderBorrarAlejandra que bueno que te gusto, espero siga siendo así. Publicaré más cosas. Gracias por las felicitaciones.