Hace poco que tome valor y en mis momentos de ocio busque la receta que aquí abajo anexo. Salí decidida al mercado (o súper) segura de los medios a necesitar para lograr mi objetivo. Compre piloncillo y canela, café ya tenía en el depa. No encontré la olla de barro, no es obligatorio, pero lo recomiendan porque agarra muy buen sabor, así que fui a otro súper y lo encontré. Compré pan de muerto, otras de mis debilidades, para acompañarlo, la combinación sonaba muy tentadora. Me entretuve baboseando viendo esto y aquello, como siempre. Llegue al departamento, después de las nueve de la noche. Ya me dio flojera, y para estar como búho, cucu, toda la noche, no gracias mejor otro día. Y pues el día se convirtió ya en semana. Este antojo lo tuve porque recordé aquella vez, en donde la mezcla fue algo más que perfecto.
Lo tomé una madrugada fría con neblina. Iba a recorrer la ruta de matacanes con un grupo de amigos. La mañana estaba fresca, eran finales agosto; ya no tardaba en entrar el otoño, por eso tanto cambio drásticos en el clima como solo aquí en Monterrey se da. En una suburban, subimos un poco más arriba de la cola de caballo. El camino, sinuoso, tierra, piedras y con ello, todo lo que conlleva: baches, charcos, lodo. Yo no aguantaba el sueño. Intenté dormir, pero el movimiento constante de un lado a otro, arriba, hacia abajo me lo impidió. Sin embargo que bueno que no lo hice porque me hubiera perdido de ver una luna enorme y amarilla, así como árboles por todos lados. Aunque no se veía mucho porque todavía estaba oscuro, sabía que era la naturaleza en su máximo esplendor y solo con eso era agradable.
Después de dos horas, llegamos a unas cabañas. De esas que se ven en las fotos: sencilla, de madera. Eran varias. Nos pidieron que pasáramos a una pequeña de un solo cuarto. A simple vista así lo parecía, probablemente atrás de una cortina pudiera ver una cama, pero no investigué. Trastos por todos lados colgados, de manera ordenada. Era un lugar limpio. Estaba en penumbra, alumbrada solo por una vela colocada en medio de una mesa para cuatro personas. Tenía un mantel blanco, bordado, cubierto por un plástico, como lo debe de tener cualquier cabaña. La cafetera de latón o lámina estaba en la estufa. Esta, era pequeña con cuatro hornillas, se encontraba en una esquina. El piso era al natural: simplemente tierra. Los dueños eran los que estaban ahí al pendiente de las cosas; rondarían entre los 45 y 50 años de edad. La señora lavaba trastes; y él señor estaba al pendiente de: las tortillas y el café. Un buen equipo. En la mesa había dos platos grandes llenos con tacos de: huevo, frijoles, chorizo y deshebrada en tortilla de harina. Un desayuno como el que algún día me gustaría hacer, pero por lo pronto no. Había dos tazas cristalinas servidas con el líquido oscuro que nadie pelaba. Le dudé para tomar alguna, porque el café tiene un efecto diurético impresionante en mí, no lo he tomado cuando quiero ir al baño. Pero fueron muchas cosas las que me hicieron dudar: la mañana estaba obscura; había algo de neblina; la cabaña se sentía acogedora; todo mi ser me pedía que lo tomará entre mis manos, para sentir la temperatura ideal y luego transferirla a través de un trago al resto del cuerpo. Esa idea fue la que me venció y lo tomé, inguesu, al cabo que traigo rollo de papel y no me da miedo la naturaleza. Lo tomé. El sabor a: canela, piloncillo, café lo paladeé. El sentir que entraba en calor y el degustar tal combinación de sabores, y el olor, el olor, aspirarlo antes de tomarlo. Lo hicieron ellos tan sencillo, tan delicioso, algo casero. Yo lo ofrecí a todo el que estaba a mí alrededor para que probara tal delicia. No les llamaba la atención, y los que lo probaban decían un simple: “Sí, está rico”. Lo cual no bastaba para mí, se quedaban cortos. Yo quería que me explicaran toda su experiencia al probarlo, para compararla con la mía. Observaba sus caras, intentaba descifrar algo, de lo que pasaba por sus mentes en esos momentos pero nada. Una lástima, no poder compartir ese gusto.
Ese recuerdo desde entonces, mi mente lo guarda y clasifica dentro de la categoría de: comidas y/o bebidas fuera de lo común, está junto con unos chiles en nogada, un arroz con leche, entre otros. Mientras que el viaje entra en otra categoría. No he probado algo similar. He ido a lugares donde venden café, en busca de dicha mezcla, pero nada comparado con esa vez. Tal vez tendría que ir a Chiapas o a Veracruz, donde he escuchado de lugares donde venden unas delicias de café, y suena lógico que mejor que donde los cosechan. Mientras tanto soy una conformista, que lo añora, y en su lugar tomo un café de una marca reconocida instantáneo que lo venden en cualquier súper con tapa anaranjada. Si me decido uno de estos días y diera con ese sabor, sería tan feliz, si no seguiré añorando y buscando esa mezcla perfecta. Todo puede suceder.
http://recetas.mundorecetas.com/receta13329-cafe-de-olla.html&73
Porciones / número de personas:
Tiempo de Preparación: 10 min.
Tiempo de cocción: 5 min.
Dificultad: Fácil
Introducción:
El café de olla es básico en México porque es delicioso y fácil de hacer. NOTA IMPORTANTE: El café de olla tradicional tiene que llevar piloncillo ya que el azúcar no lo sustituye igual.
Además, es ideal y 100% mexicano que se prepare en una olla de barro (de ahí el nombre) pero también queda rico en cualquier otro recipiente. MundoRecetas.com
Ingredientes:
1/2 litro de agua
2 cucharadas copeteadas (grandes o llenas) de café molido fuerte o semi fuerte (básico: que no sea descafeinado!!!)
ramitas de canela
piloncillo (o azúcar) al gusto
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Instrucciones:
Se calienta el agua con la canela y el piloncillo. Se mueve constantemente para que el piloncillo se disuelva y no se pegue al fondo. (Se puede ir probando el agua con el piloncillo para saber qué tan dulce nos va a quedar) Una vez que se ha disuelto el piloncillo y empieza a hervir, se pasa por un colador la mezcla y se vuelve a hervir por 2 minutos más a flama baja.
Se agregan las 2 cucharadas copeteadas (llenas) de café y se hierve por 4 minutos más con la olla tapada.
Se deja reposar para que el café asiente y si es necesario se pasa por el colador una vez más.
Enviada por Blankiss en martes, octubre 16. 2007 en 08:07:26
El café... qué delicia.
ResponderBorrarSaludos ;)
En serio que si. Es un deliete.
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